Mi viejo almacen. Almacenes de barrio.

Uno de los últimos almacenes de Palermo se llama Veronica y está en Araoz al 2300, su dueño aguanta por que no le queda otra. El almacén del barrio es una institución. Se encuentran los vecinos que van siempre o los clientes ocasionales, se habla del tiempo, de fútbol, de los temas del día, del país. Y si alguien protesta por el mal tiempo, se responde en igual tono, con algún comentario sobre el estado de las calles y los pozos. Así es la cosa. Los vecinos son solidarios hasta para quejarse. Además es de suma importancia tener la lista de la compra preparada, porque Doña Carmen a veces tiene pocas pulgas y no le gusta perder el tiempo con el negocio lleno de gente.

Quizás convenga aclararles a los jóvenes de hoy las diferencias que había entre ellos.

Comencemos por los almacenes. Eran los más familiares y de barrio No hay que pensar que en ellos se encontraba el surtido de cosas que puede obtenerse ahora.

En latas, se podía encontrar la famosa «conserva de tomates», el «corned beef», el «paté», las sardinas (generalmente españolas) y las arvejas. Los fiambres, que se conservaban en la «fiambrera» de alambre (no en heladera) eran jamón, salame y mortadela.

Cualquier otro fiambre (incluso las salchichas) se compraba en las fiambrerías alemanas o especializadas. Unos cajones volcables guardaban los productos secos, como harina, azúcar, yerba, arroz y porotos, que se vendían mediante una palita que permitía llenar el papel de estrasa con el que se hacía el paquete, ese de las dos orejitas retorcidas.

En bebidas tenían los vinos, generalmente comunes, la caña, la grappa, el anís y el vermouth. Según el barrio se agregaban otras bebidas, pero en general no era mucho el surtido. La mayoría de las ventas, tanto en fiambres como en productos secos, así como en los dulces de batata y membrillo, se hacía por pequeñas cantidades (cinco o diez centavos) por lo que era normal que hubiera que ir a comprar todos los días.

Esa era una de las diferencias con las despensas. Estas normalmente eran más grandes, para personas con más poder adquisitivo. Por lo mismo, además de vender por mayores cantidades, tenían mayor surtido en productos envasados, vinos de calidad y bebidas como wisky y coñac. La mayoría pertenecía a cadenas, como las Grandes Despensas Argentinas.

Los despachos de bebidas, podían estar anexos a los almacenes (como el de Cabello y Lafinur) o ser independientes (como el de Ugarteche y Cerviño). Eran locales con algunas mesas y sillas y un mostrador, el famoso «estaño», donde se servían bebidas en vaso. Se jugaba a las cartas y se hacían comentarios (por no decir otra cosa) en voz fuerte, por lo que las «niñas» no entrábamos en ellos.

Poco a poco los almacenes fueron evolucionando, agregando más productos y mejorando las instalaciones. Algunas prohibiciones, el aumento de productos y la diversificación de ramos hicieron cambiar su fisonomía.

Pero los cambios, junto con el paso de los años de sus propietarios, también hicieron que fueran desapareciendo todos los que existían hace 40 o 50 años. Con ellos se fueron las charlas, las libretas, la yapa y el fiado, esas instituciones de los negocios «de barrio».

En medio de las nuevas olas y tendencias, muchas tradiciones valiosas quedan a un costado, bordeando la orilla de lo antiguo. Por ahí anda el almacén de Doña Carmen luchando por sobrevivir y remando cada día contra la corriente.

Doña Pepina en realidad heredó el almacén que su padre, un inmigrante español, fundó en 1924. En la actualidad lo atienden ella y su marido José, y al igual que años atrás, siguen peleándose con los proveedores que no entregan la mercadería, con la gente que no tiene suficiente dinero y queda a deber para el día siguiente, o con los que pisan al gato que duerme pacíficamente al lado de los cajones de bebidas.

En este último tiempo, para evitar problemas en la atención de los clientes, pusieron números porque no faltaba alguien que discutiera por el turno.

Por lo general los productos que más se vende son los fiambres, como el jamón, salame, mortadela, todo tipo de quesos, bebidas y comestibles sueltos por peso, como arroz, harina y otros que los almaceneros compran en grandes bolsas al por mayor y fraccionan en el local. Más económico y más ecológico. Aunque en muchos casos no se puede competir con los precios de los supermercados o hipermercados y a veces los clientes protestan, que en tal o cual cadena los fideos cuestan más barato.