Por Gloria Husmann y Graciela Chiale, autoras de “Procastinación. El acto de postergarse en la vida”, Editorial del Nuevo Extremo (delnuevoextremo.com).
Partimos de la premisa de que la procrastinación genera un alto grado de sufrimiento. ¿A quiénes?
Como es obvio suponer, el procrastinador es el primer herido en esta batalla. ¿Por qué pensar esto? Porque para los otros, la postergación representa un acto de irresponsabilidad ya que presumen que para el procrastinador posponer, aplazar, forma parte de un desidioso juego. De ninguna manera esto es así. El procrastinador procrastina porque en ese momento no puede hacer otra cosa. ¿No lo cree así?
Creemos que la aclaración que hizo el entrevistado en ese momento tiene gran validez porque mide la enorme diferencia que separa a un deseo –aspiración, esperanza o sueño– de una intenciónpropósito, finalidad, proyecto–. Esta diferencia acrecienta el grado de frustración y dolor que conlleva el no poder ejecutar la acción.
Son víctimas de muchos prejuicios. Uno de los más instalados es creer que los procrastinadores son personas perezosas, o lo que vulgarmente se denomina “vagas”. Suelen soportar ese mote durante muchos años.
Muchas personas creen que los procrastinadores postergan siempre las tareas que implican esfuerzo, prefiriendo entretenerse con otras actividades más agradables y placenteras. Quizás, lo que provoca la postergación no es que lo que deban realizar sea una tarea esforzada o desagradable. El hecho de tener que cumplir con un plazo requiere de una planificación y mensura del tiempo que no pueden afrontar.
Otro tema por el que son juzgados negativamente es la impuntualidad. Los terapeutas detectan desde el comienzo de la relación terapéutica las dificultades de un paciente para cumplir con el hora- rio de sesión. Obviando las demoras provocadas por los problemas de tránsito, hoy lamentablemente habituales, se pueden inferir trastornos en las conductas desde el primer momento. En este caso, la impuntualidad sería una conducta más a analizar y que podría estar poniendo en evidencia las dificultades con las que el entrevistado se enfrenta en la vida cotidiana. Probablemente, la impuntualidad sea uno de los reclamos que con más frecuencia enfrenta tanto en su vida laboral como afectiva.
Algunos procrastinadores aportan con mucha claridad el dato sobre cuáles son las tareas que tienen más tendencia a postergar. Manifiestan que son aquellas donde se imponen los plazos.
Se emparenta con el ejemplo anterior otra conducta que tiende a perpetuar el sufrimiento del procrastinador. Nos referimos a la aparente rebeldía que le produce el hecho de que le pidan reiteradamente el cumplimiento de una tarea. No se trata de un oposicionismo consciente, ni siquiera es una oposición. Es como el efecto de dos fuerzas que se neutralizan entre sí: el propósito y el impedimento.
Cuando el procrastinador tiene en claro el objetivo de lo que tiene que hacer, quiere hacerlo y lucha para cumplir con esa in- tención, si alguien lo exhorta a que lo haga ya, se enoja mucho. Generalmente se enoja contra el que se lo dijo, pero en realidad es un enojo contra sí mismo por no haber podido concretar el objeti- vo por su propia decisión.
La culpa es una pesada carga que frecuentemente se descarga so- bre quienes son testigos de la falta cometida.
Como es fácil darse cuenta y el caso anterior ejemplifica, la procrastinación incluye también el sufrimiento de otras personas del entorno y nos introduce en el siguiente aspecto.